
Como ya hemos hablado en otras ocasiones, la maternidad es una experiencia increíblemente transformadora, posiblemente la experiencia que más transforma a cualquier ser, y por esto, además de traer consigo alegría y realización personal, también puede ser una puerta que nos transporte a recuerdos y emociones profundamente guardados.
Al convertirnos en madres y padres, es común que situaciones cotidianas con nuestros hijos, activen memorias de nuestra propia infancia, sobre todo aquellas que estén relacionadas con nuestras heridas emocionales no resueltas.
Este despertar puede tambalearnos, pero también es una increíble oportunidad para sanar y sobre todo, para romper ciclos, evitando así pasar patrones a la siguiente generación.
El espejo de la maternidad
Durante el cuidado y educación de nuestros hijos, nos enfrentamos a situaciones que consciente o inconscientemente, reflejan nuestras propias experiencias infantiles. Por ejemplo, unos padres que crecieron en un entorno donde no se validaban sus emociones, pueden no sentirse cómodos, o sentirse inseguros al manejar la expresión de emociones de sus hijos. Este reflejo actúa como un espejo, mostrando áreas de nuestra historia a las que quizás, debamos prestar más atención.
Nuestros hijos son grandes maestros y esto no debemos tomarlo como algo negativo, todo lo contrario, ellos vienen a ayudarnos a sanar parte de nuestra historia, pero en nuestra mano está que camino tomar, si repetir el patrón adquirido, o intentar hacerlo un poquito mejor.
Todo esto de lo que os estoy hablando puede llegar incluso antes de tener a nuestro bebé con nosotros, para las mujeres es algo que llega desde el embarazo y se va potenciando más hacia el final, la psiquiatra francesa Monique Bydlowski lo ha acuñado con el término "Transparencia psíquica" y lo describe como un resurgir de recuerdos del pasado que afloran desde el inconsciente a la consciencia.
Identificando heridas de la infancia
El primer paso para sanar, es identificar cuáles son esas heridas emocionales. Esto requiere de mirar en lo más profundo de nuestro ser, de una manera honesta y valiente. Algunas señales de que podríamos estar lidiando con heridas no resueltas podrían ser estas:
- Reacciones desproporcionadas: Responder con demasiada dureza, mediante enfado o gritos ante situaciones que, objetivamente, no merecen eso.
- Patrones repetitivos: Notar que repites comportamientos que te causaron dolor en tu infancia.
- Dificultad para establecer límites o sentir culpa al intentar ponerlos.
- Autoexigencia: Tener expectativas poco realistas sobre tu manera de comportarte como madre.
Reconocer estas señales es el primer paso hacia esa transformación que estamos buscando.
El proceso de sanación
Sanar estas heridas de nuestra infancia no es un proceso sencillo, ni tiene una única forma de abordarse. Es un viaje de autoconocimiento y transformación que requiere de tiempo, paciencia, y en algunos casos, el apoyo adecuado. El principio de todo este proceso es la toma de consciencia: notar como ciertos sentimientos o reacciones que nacen tras la maternidad, tienen raíces más profundas en nuestra historia personal. No se trata solo de entender lo que ocurrió en nuestra infancia, sino de darnos permiso de sentir eso que tal vez no nos dejaron expresar en su momento.
Buscar ayuda psicológica puede ser un buen paso en todo este camino. Un acompañamiento terapéutico permite explorar estas heridas de manera segura, ayudándote a entender el impacto de estas en tu momento presente y sobre todo, ayudándote a encontrar nuevas maneras de relacionarte contigo misma y con tus hijos. A través de la terapia, muchas madres descubren que el juicio con el que se tratan a si mismas es, en realidad, una gran exigencia que quizás recibieron algún día y que hoy imitan sin darse cuenta.
El proceso de sanación también pasa por trabajar una mirada más compasiva hacia una misma. Aprender a hablarnos con cariño, a darnos espacios de autocuidado y a reconocer que no tenemos que ser perfectos para ser buenos padres es esencial. La autocompasión nos enseña que no estamos rotas, que nuestras heridas no nos definen y que siempre es posible hacer algo diferente a lo que vivimos en nuestra infancia.
Otro aspecto clave en este camino es la conexión con el presente. La maternidad puede llevarnos a actuar en piloto automático, reaccionando sin darnos cuenta de por qué hacemos las cosas de determinada manera. Practicar la atención plena nos ayuda a observar esas respuestas automáticas y a darnos la oportunidad de elegir. Nos permite darnos cuenta de que, cuando nos sentimos desbordadas por la rabia o la frustración, no es nuestro hijo el problema, sino la carga emocional que llevamos dentro y que necesita ser vista, entendida y atendida.
Sana implica, también, abrirnos a nuevas maneras de criar. Informarnos sobre el desarrollo infantil y la crianza respetuosa nos da herramientas para hacer las cosas de otra manera, para dar a nuestros hijos aquello que quizás nos faltó sin caer en la exigencia de compensar nuestro propio dolor a través de ellos. No se trata de borrar nuestra historia ni de negarla, sino de integrarla con amor, con la consciencia de que ahora somos adultos y podemos elegir cómo queremos maternar.
En este proceso, rodearnos de una red de apoyo, puede hacer una gran diferencia. A veces, compartir nuestras vivencias con otras madres que han pasado por los mismo nos ayuda a sentirnos comprendidas y menos solas. Hablar con quienes nos sostienen nos permite poner en palabras lo que sentimos y darle un lugar fuera de nosotras, sin que nos pese tanto.
Sanar no significa no equivocarse nunca, sino darnos el permiso de aprender, de reparar cuando sea necesario y de construir, poco a poco, un vínculo con nuestros hijos basado en la consciencia y el amor. La historia que heredamos no tiene por qué ser la historia que dejamos como legado. La maternidad nos da la oportunidad de escribir algo nuevo, de darnos a nosotras mismas lo que en su día nos faltó y, en ese proceso, ofrecer a nuestros hijos una relación más autentica, libre de miedos y heridas del pasado.
Rompiendo el ciclo: Hacia una crianza consciente
Al trabajar en la sanación de tus propias heridas, no solo te liberas de cargas emocionales, sino que también creas un entorno más saludable para tus hijos. La crianza consciente implica:
- Autorregulación emocional: Aprender a manejar tus propias emociones te permite responder a tus hijos con más calma y empatía.
- Validación emocional: Reconocer y aceptar las emociones de tus hijos, enseñándoles que todas las emociones son válidas y manejables.
- Flexibilidad: Estar dispuestos a adaptar nuestros métodos de crianza según las necesidades individuales de nuestros hijos, en lugar de seguir patrones rígidos heredados.
La maternidad, con sus desafíos y recompensar, ofrece una oportunidad única para el crecimiento personal. Al enfrentar y sanar las heridas de tu infancia, nos solo te trasformas a ti misma, sino que también siembras las bases para que tus hijos crezcan en un ambiente de amor, comprensión y autenticidad. Este viaje, aunque a veces complicado, es profundamente liberador y enriquecedor, permitiéndote romper cadenas generacionales y construir una nueva historia para ti y tu familia.
Olaya Martínez Gil
Escribir comentario