Vuelven las historias reales a nuestra sección "Testimonios".
En esta ocasión, de manos de la historia de A.una preciosa y joven mujer a la que la vida ha puesto a prueba a la hora de conseguir su sueño de ser mamá. A pesar de todo ello, su camino de crecimiento y enriquecimiento personal ha sido tal, que después de mucho trabajo y algún que otro tropiezo del que nos hemos levantado de la mano y reforzadas, ha logrado lo que tanto había deseado... ¡Está embarazada!
A. gracias por regalarme la oportunidad, el orgullo y el honor de acompañarte en esta súper aventura, pero sobretodo, gracias por demostrarme que cuando uno quiere algo... lo puede ¡TODO!
Eres, sin duda, un ejemplo a seguir y te deseo un camino repleto de bendiciones, tal como lo eres tú. ¡Vamos a seguir soñando despiertas! Ahora el sueño... es una realidad.
La Historia de "A"
Cuando comenzó mi historia de superación tenía 11 años, claro que por aquel entonces yo no tenía ni idea de lo que se avecinaba.
A los 11 años me bajó el periodo y aún recuerdo el momento en que asomé la cabeza por la puerta del baño y grite: - MAMÁ!!!
Desde ese momento mes tras mes, el periodo empezó a aparecer en mi vida, y con ello los dolores. Cada vez iban a más, dolores de cabeza, dolor abdominal, calambres en las piernas, náuseas, mareos, desmayos… La cosa fue empeorando con el paso de los años, y cada vez que visitaba un/a médic@ o ginecolog@ me decían lo mismo: Tienes dismenorrea.
Y ya está, sin hacerme pruebas ni nada me decían que tenía dismenorrea y se quedaban tan tranquilos.
La dismenorrea es un dolor de regla muy fuerte. Lo que no te explican nunca es que la regla no debe doler, aunque nos hayan convencido de lo contrario.
Así que me volvía a casa pensando: “tengo dismenorrea, y no puedo hacer nada”.
Con los años acabé convenciéndome de que sí, de que realmente no podía hacer nada, así que aprendí a convivir con ello.
Sobre los 20 años empezaron nuevas crisis de dismenorrea: no poder moverme de la cama, adelgazar, dolores al comer cualquier cosa o beber agua, faltas a clase o al trabajo por estar con la regla, etc.
Hasta que llegó un punto en el que si el mes tenía 4 semanas, 3 estaba mal y 1 bien. La semana de antes de la regla, la semana que tenía la regla y la semana de después eran auténticas odiseas y torturas para mí, con suerte a la cuarta semana me encontraría bien. El pensamiento que en esos momentos de auténtica tortura me hacía pensar que todo eso valía la pena, era que gracias a que tuviera la regla en un futuro podría tener hij@s.
Llegó el momento de la enfermedad… Recuerdo que me bajó la regla un miércoles y me fui a trabajar con toda la dosis de ibuprofenos que mi cuerpo podía aguantar. Había llegado un momento en que me había acostumbrado al dolor y convivía con él, yendo a trabajar o haciendo vida normal, porque no podía estar faltando al trabajo cada mes, ni dejando de hacer mi vida.
Aguanté el día como pude y llegó el fin de semana y mi regla seguía conmigo. El domingo estábamos comiendo en casa de mis padres y mi padre me dijo que me veía muy, muy delgada que por favor me sentara en la mesa a comer. Pero eso era prácticamente imposible porque mi regla en el momento que intentaba comer hacía que mi estomago se pusiera duro como una piedra y hasta pasadas unas horas era imposible que pudiera comer algo o beber.
El lunes cuando volvía al trabajo, me senté con mi compañera a tomarnos algo antes de entrar y aunque se me había ido la regla, tenía muchísimo dolor en un costado de la espalda. En cuestión de minutos todo empezó a empeorar hasta el punto en que tuve que irme corriendo al hospital con mi novio.
Una vez allí y tras varias horas de espera, en ginecología intentaron hacerme una ecografía vaginal, y sí, he dicho intentaron porque fue imposible del dolor que tenía. Además, el ginecólogo de guardia era de las personas más antipáticas que podía haberme encontrado y de muy malas maneras me dijo: Por lo poco que me has dejado ver tienes unos quistes enormes en los ovarios, así que olvídate de tener hijos.
Ese comentario se me quedó grabado a fuego, recuerdo aun su voz y obviamente su cara. Pero esa no era la primera vez que iba a escuchar un comentario así, solo había empezado esa guerra psicológica.
Me citaron para volver a ginecología el lunes, y cuando me atendió la ginecóloga no creáis que fue más amable, sus palabras fueron: tienes endometriosis, no vas a poder tener hijos, yo de ti empezaría a pensar qué hacer.
Primero… ¿Una mujer solo sirve para tener hijos? Siento decirle doctora, que no, que una mujer es mucho más y es una pena que usted no sepa verlo.
Segundo…¿Y si no me había planteado cuándo tener hijos, crees que es la mejor forma de ayudarme a afrontar esta enfermedad?
Salí de su consulta hecha un flan y lo único que pasaba por mi cabeza era: ¿Qué no voy a tener hijos? Siéntate a ver cómo lo consigo.
Gracias a mis padres y a la educación que recibí, aprendí que la única que podía decir que podía hacer o no era yo, no el resto. Así que me puse manos a la obra, lo primero que tenía que hacer era saber de qué se trataba la enfermedad que acaban de diagnosticarme, saber cuándo tendría cita para operarme y quitarme los quistes y sobre todo, cuidar mi mente y mi cuerpo para enviarle el mensaje de que SÍ, iba a poder tener hijos.
Hasta que llegó el momento de la operación, el hospital era mi segunda casa, estaba más horas en consulta con un gotero que en mi propia casa. Los doctores me decían que el umbral de dolor que tenía era increíble, porque tendría que haber estado en cama y operada desde hace años.
En ese momento no tenía ni ganas de discutirles que me habían ignorado cuando les decía que me dolía demasiado la regla y ellos se limitaban a decirme que solo era dismenorrea.
Solo tenía un propósito, entrar a quirófano y dejar ahí todo ese dolor y esos miedos que tenía.
Durante todo el tiempo que estuve esperando para que me operasen, (afortunadamente fue cuestión de semanas) me informé muchísimo sobre mi enfermedad, y como yo soy una persona muy espiritual busqué la emoción que podía ir ligada a la endometriosis… Para mi sorpresa era miedo al parto, y sí, durante toda mi vida había tenido un miedo atroz al parto, no tengo ni idea de porqué pero ahí estaba ese miedo. Así que empecé a amarlo, a darme cuenta de que el miedo solo existía en mi si yo le daba valor e importancia. Había dos formas de enfocar esta enfermedad, desde el miedo como había hecho toda mi vida, o desde el amor. Y decidí que empezaba a verla desde el amor.
La recuperación fue rapidísima, y pude volver al trabajo en menos de lo que esperaban los médicos.
Conforme salí del hospital empecé a informarme sobre cómo llevar una vida más sana, no es que antes llevará una mala vida pero decidí crear unos buenos hábitos para así poder lograr un embarazo cuando quisiera.
Fuimos a una clínica para congelar óvulos, después a la seguridad social, pero no fue bien. En la seguridad social solo nos daban un intento, y si no salía bien, fuera.
Así que antes de ir a la primera consulta en la seguridad social, recurrí a Olaya, iba a necesitar ayuda para enfrentarme a esos médicos que tan mal me lo habían hecho pasar con sus comentarios.
Y desde el primer día Olaya me dijo: -Tú vas a poder quedarte embaraza, no sé cómo ni cuándo, pero sé que vas a ser madre. Porque tú sabes que vas a quedarte embarazada y eso es lo más importante.
Tenía toda la razón, yo confiaba en mí y en mi cuerpo, lo que me daba temor era volver a escuchar a los médicos decirme que no iba a poder hacerlo. Creo que por lo que tuve que pasar por la seguridad social fue para plantarles cara y decirles que ellos no podían decir que podía o no podía hacer.
El doctor que me atendió en ese momento fue super amable, y me dijo que él nos recomendaba ir a ovodonación pero que eso tendríamos que hacerlo en la privada porque la seguridad social no disponía de ese servicio.
Salí de allí pensando: ¿Ovodonación? ¿Qué es eso? ¿Renunciar a mis genes?
Lamentablemente tenía una falsa creencia acerca de este tratamiento. Pero como no, Olaya y mi ginecólogo me ayudaron a verlo de otra forma y me lancé.
Busque una clínica y cuando di con la apropiada empecé con el tratamiento.
A día de hoy estoy embarazada y esperando a conocer a mi bebé, siendo la persona más feliz sobre la tierra en estos momentos.
Cuando aprendí que solo soy yo la que decide que puedo hacer y que no, todo absolutamente todo cambió.
La ovodonación para mi es como la vida de una flor. El óvulo, esa pequeña célula viene de otro cuerpo, y es inseminada con el espermatozoide de mi pareja, y después es implantado en mí. Sin mi cuerpo, sin mis ganas de ser madre, esa semilla no sería nada.
Pero cuando yo la acepto en mí, y la voy cuidado y regando, llega el embarazo y con ello mi bebé, mi flor.
En 8 meses lo tendré en mis brazos y sé que todo esto habrá merecido la pena, porque podré caminar junto a ella/él y enseñarle que solo hace falta creer para que sea real.
Mi pequeña flor, aquí fuera estamos como locos tu padre y yo por abrazarte, y te doy las gracias por elegirnos como padres.
Olaya, gracias por ayudarme a pintar cada baldosa del camino de color verde para seguir caminando.
A todas las futuras mamis, y papis, no perdáis la esperanza, y confiar en vosotros mismos, tenéis que creéroslo vosotros para que se materialice. Y si, sé que el camino a veces parece oscuro y difícil, la clave está en vosotros, en ser un verdadero equipo, en confiar en vuestro cuerpo y sobre todo en darle mucho, mucho amor. Estoy segura de que algún día nos cruzaremos con nuestros hij@s de la mano.
Sed felices 😊